Los 1717 metros de altitud que forman el Castro Valnera hacen de este lugar la cumbre más emblemática del mundo pasiego y la convierten en la cima más relevante de la Cordillera Cantábrica en su sector oriental. También es un simbolismo muchas veces recogido en la historia y en la literatura montañera que condiciona la mayor parte del paisaje pasiego.

Esta que ahora se propone es la ruta montañera más característica de la comarca. El interés de la ascensión se centra en varios aspectos: etnográfico-cultural, panorámico y geomorfológico. Desde el punto de vista del afán puramente deportivo se trata de una ascensión de escasa complejidad, sin pasos particularmente expuestos y con un desnivel poco importante, algo más de cuatrocientos metros desde el Portillo de Lunada.

El trazado más convencional para ascender al Castro Valnera parte precisamente del Collado, junto a la carretera que lleva a Espinosa de los Monteros desde el valle del Miera. Aún se aprecia aquí, no muy bien conservado, un tramo del antiguo camino decimonónico, empedrado, que ponía en comunicación el valle del Miera con el alto Trueba burgalés.

En documentos del siglo XVIII, como el que cita Rubio Marcos del Archivo Municipal de Espinosa de Los Monteros, leg. 4208 de «Información, memorial y demás diligencias que se practicaron en los años pasados de 1802 y 1803 para conseguir la licencia para hacer el Camino Real que va a la Peña», lleva el tratamiento de Camino Real.

El camino es anterior a esta fecha, en la que se mejora su estado, y a buen seguro fue la vía utilizada en la etapa del estraperlo para el cambalache con productos de las merindades castellanas.

Una vez superados los resaltes rocosos del Canto Las Corvas y el Pico La Miel se transita por la divisoria de aguas cántabro-burgalesa y se desciende al Canto de La Piluca por un pequeño sendero bien definido siempre acompañado de un denso brezal y tupidas arandaneras.

El ascenso definitivo a la cumbre del Castro Valnera lleva a una primera referencia, el Collado de Pirulera, junto a la vasta depresión de Torcaverosa. Conviene afrontar la cumbre en días despejados para evitar riesgos de extravío en un área muy karstificada, que se convierte en peligrosa bajo condiciones meteorológicas adversas. El descenso puede hacerse por la misma vía, para regresar a Lunada, o bien a través de la Peña del Cuervo hacia el paso de Estacas de Trueba, al otro lado del macizo.

En todo ese discurrir se disfruta una magnífica perspectiva sobre los valles del Pas y el Pisueña, y se aprecia de manera rotunda el modo en que se articula estructuralmente la región hacia el Oeste, con una serie de cabeceras torrenciales según rumbos E-O en primer plano, las que corresponden a los nacederos de ambos ríos, y una sucesión después de alineaciones y depresiones más o menos marcadas de disposición meridiana, perpendiculares a la línea de costa, en correspondencia con los valles de los grandes ríos centrales y occidentales de Cantabria.

La perspectiva desde tan prominente atalaya achata cualquier otra que tengamos de los valles, hace que todo parezca mucho más pequeño, mucho menos importante, menos agreste en una palabra, todo parece lo que en realidad es, una sucesión de formaciones más o menos alomadas que enmarcan pequeños valles tapizados en verde, el verde intenso de los prados, el verde del bosque, más serio y denso, menos llamativo, y el verde tenue de los pastizales de altura.

Pero aún hay más, porque si es el afán didáctico el que nos mueve el macizo de Valnera ofrece varias enseñanzas. La geomorfología del macizo es todo un compendio de formas de diverso origen que se manifiestan sobre la base cretácica de calizas arrecifales y bancos de arenisca de la última parte del período aptiense. La geomorfología glaciar, al Norte y al Este del macizo, y las formas de karstificación no dejarán de sorprender al visitante. Y hacia el Oeste las morfologías propias de las cabeceras torrenciales enmarcan los nacederos pasiegos de Pandillo y Aguasal.