El recorrido hasta las praderas de Aguasal se inicia en Pandillo, en el lugar de La Estribera, donde confluyen las aguas del río Aguasal con las del río Ruyemas, que drenan sendas cabeceras torrenciales en la fachada oeste del macizo de Valnera. Ambos confluyen poco después, en el barrio de Portilla, con el río Rucabao, para dotar de su primer fluir al Pas.
Varios son los atractivos paisajísticos del itinerario, que tiene como objetivo, especialmente, contactar con los paisajes de la montaña pasiega en la imponente base de la mole de Valnera. Pero antes de llegar aquí, el visitante habrá disfrutado, en el tránsito hacia Pandillo, de la característica ordenación del fondo de valle del Pas, entre la Vega y Portilla; precisamente este núcleo responde como pocos en la comarca a lo que hemos dado en llamar «cabañales agrupados», con una organización muy lineal vinculada necesariamente al río, y al otro elemento articulador del paisaje del fondo de valle, la propia carretera. Llamará aquí la atención del visitante la profusión de solanas en las cabañas, un elemento poco común en las cabañas de altura o media ladera, que sin embargo, y desde el siglo XVIII, aparece con cierta frecuencia como espacio de sociabilidad, y de cierta confortabilidad, en las zonas bajas.
Una vez en la ruta será posible apreciar el modo en que la erosión cincela regularmente las laderas para crear una imagen inequívoca de valle en «V», propio del modelado fluvial. En la aproximación a la pradera de Aguasal, el río, la montaña imponente de Valnera, y el bosque de frondosas que se afana por recuperar lo que le fue esquilmado por el fuego, compiten por la primacía paisajística. Los procesos ecológico – ambientales y geomorfológicos son muy activos, y los cambios en el paisaje, por tanto, perfectamente perceptibles a la escala temporal humana. Entre los primeros, son muy reconocibles las formas de regeneración del bosque de robles en las laderas solanas por las que discurre el sendero, una vez que el abandono de la actividad ganadera tradicional parece ofrecer una tregua, tal vez definitiva, al manejo de las laderas con el uso del secular sistema de fuego; entre los últimos, los geomorfológicos, des- tacan los procesos de ladera que derivan en la formación de cárcavas o los fenómenos de arroyada, que dan lugar a conos de deyección, generalmente en la confluencia de arroyos de caudal discontinuo, con el río Aguasal.
Finalmente la montaña se impone a todos los demás condicionantes perceptivos del paisaje de esta cabecera del Pas. Una vez alcanzada la pradera de Aguasal, solo hay atención para la montaña, para su verticalidad, para el aspecto mastodóntico que ofrece a sus pies; si no resulta una consideración exagerada, incluso para el halo de misterio, para el rumor sordo que emana de sus laderas. Precisamente la pradera de Aguasal, con las tres cabañas que a uno y otro lado del río dan servicio a las fincas, nos habla de la tenacidad de la sociedad ganadera tradicional por obtener rédito y aprovecha- miento de estos parajes montanos, de la lucha desigual del hombre con el medio, de una batalla perdida de antemano, pero afrontada con gallardía por varias generaciones de pasiegos en la soledad y libertad de la montaña que forjó su carácter, su esencia y su cultura. La montaña pasiega se percibe desde muchos lugares de la región, resulta icónica desde la bahía de Santander, prominente desde las aproximaciones a los puertos —La Braguía, Las Estacas, Lunada— pero solo aquí impresiona, en Aguasal.