La vista de los ecosistemas más característicos de la comarca, el Hayedo, están en el cómodo paseo de PR-S53 Hayal de Aloños. A pesar de que los bosques se hayan llevado los avatares históricos y socioeconómicos de los cuatro o cinco años con difícil acceso y escaso potencial agrario, aún se conservan las machas con un singular interés. Una de ellas es este «hayal» de Aloños que se encuentra en la cabecera del río Junquera, rodeados del antiguo camino que uní el Pisueña con San Martín de Toranzo atravesando la montaña Ruigómez.

En mitad del siglo XVIII el Catastro del Marqués de Ensenada dice de este bosque que los vecinos sólo obtenían de él «…la ramiza para las lumbres, por ser la madera de S.M. (que Dios guarde)» para la fabricación de sus navíos. Cuando al cuidado de la Jefatura política y dirección de Montes era de uso mancomunado para pastoreo con los núcleos de Santibáñez y Soto, un siglo después, Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico- Estadístico-Histórico dice de él que «contiene muchos millares de excelentes árboles de haya, cagiga y aún de castaño; entre ellos hay una parte llamada Cagigal del Rey, como de unos 600 pies, de haya y roble, para el surtido de la marina real». Aunque hay una parte del bosque joven, con ejemplares de treinta o cuarenta años, en las cotas más bajas, aún se aprecian en las zonas culminantes muchos ejemplares trasmochos que dibujan un pasado de intenso ramoneo y permanente explotación.

 

El camino, señalizado y balizado, parte de Aloños, un núcleo típico de la montaña cantábrica, de reducida extensión, en el que las formas de poblamiento se ajustan a un modelo de formación en barrios, derivados de la alineación de unas pocas viviendas, orientadas siempre a la solana. Alrededor del pueblo se intuye aún la distribución tradicional del terrazgo. Aprovechando las zonas de menor pendiente se disponen algunos huertos para consumo doméstico, y a continuación, a modo de anillo, los prados para alimento animal, y los espacios de monte.

 

Ahora la economía de Aloños, como en el resto del municipio, gira en torno a las explotaciones ganaderas. Las únicas variaciones introducidas en las fórmulas tradicionales de organización del terrazgo, se derivan de un menor peso del uso común de los espacios de monte en beneficio de los cerramientos individuales de tipo pasiego.

 

La ruta comienza en la plaza del pueblo, junto a la Ermita de San Fructuoso y «la torca». Es ésta una gran cavidad de origen kárstico, formada por disolución del sustrato calcáreo y que, según la leyenda, fue morada del santo. Nos dirigimos hacia el Sur entre dos hileras de casas. Abandonamos después el pueblo por senderos de herradura que serpentean entre colinas labradas por la acción fluvial. Ganamos lentamente altura y penetramos en el hayedo por un camino que describe en su interior un breve circuito. Algunos acebos, que se reconocen con facilidad por sus hojas lustrosas y planas, de tono oscuro y borde espinoso, orlan el bosque, algo que resulta común en los hayedos cantábricos.

 

A medida que penetramos en la masa arbolada y ganamos altura, los ejemplares de gran porte son más habituales y el bosque se hace más denso. El camino discurre por el interior del hayedo describiendo una amplia curva ascendente, atravesando dos cursos que inciden en sendas debilidades estructurales y dan lugar a formas de modelado de carácter torrencial, saltos y pequeñas cascadas, sobre el sustrato calcáreo.

 

En el punto más alto del camino es posible abandonar la senda y asomarse al Pas, incluso cabe la posibilidad de acercarse, hacia el Oeste, al sendero balizado «PR-S 64 Cotero Lobos» que recorre el robledal del Monte Dehesa y Tromeda.

 

El regreso se hace por el mismo camino, aunque puede aligerarse si se desea, evitando el circuito por el interior del hayedo, tomando la senda que nos sale al paso al descender, y que lo bordea por el sector occidental, dejándolo a la derecha según bajamos.