Hasta nuestros días han llegado las cabaña pasiegas, construcciones típicas de estos valles con una estructura única y diferenciada del resto de edificaciones de montaña que suelen darse en el resto de la cordillera cántabra, concretamente en las zonas donde la economía se basa en la ganadería y el mundo rural.
Las cabañas pasiegas constan de dos plantas, una de ellas destinada al ganado, generalmente la inferior, y otra para realizar la vida familiar como tal, ubicada en un segundo piso. Se calcula que en los Valles Pasiegos existen cerca de 800 cabañales documentados y en buen estado de conservación, e incluso algunas de ellas todavía están en uso por ganaderos de la zona que perpetúan las tradiciones heredadas de sus ancestros. Costumbres que no se pierden por el arraigo y la fuerza con que están inculcadas generación tras generación. El aislamiento es otro de los factores que contribuyen a la perpetuación estas tradiciones, puesto que el poco contacto con el resto del mundo al permanecer en las alturas ayuda a que se sigan manteniendo los mismos usos y costumbres desde hace tanto años.
Precisamente una de esas costumbres está íntimamente ligada con la tradición de las cabañas y cabañales. Se trata de la Muda. Durante el veranos los vecinos llevan a sus cabezas de ganado a pastar a la media montaña hasta la llegada de los fríos, que les obligaba a bajar de nuevo al fondo del valle. Siguiendo este proceder, cuando el pasto se agota de una parcela el pasiego se traslada a otra que también esté dotada de su consecuente cabaña, llevando consigo sus enseres, familia y ganado.
Por este motivo el grupo familiar pasiego se confunde en la totalidad de sus cabañas y prados. El territorio pasiego responde a un perfil sociocultural en el que prima lo individual, lo particular desde el punto de vista de la construcción territorial. Cabañas y cabañales tiene una realidad física pero carecen de trascendencia social directa.
Las tres villas pasiegas San Roque de Riomiera, San Pedro del Romeral, Vega de Pas y también el municipio de Selaya, en el Valle de Pisueña, son un buen ejemplo de esta metamorfosis del paisaje forjada por la mano humana En esas zonas se concentran los cabañales de mayor interés, extensión y densidad edificatoria. En sus rincones existen multitud de cabañas, la mayoría de ellas vividoras, como se percibe por la cantidad de caminos y senderos (algunos de ellos poco accesibles) que atestiguan una organización del espacio. También la presencia de Cuvios, recintos de reducido tamañaza que se utilizaban a modo de fresquera o nevera para conservar los alimentos, leche, queso, mantequilla….. e incluso para natar la leche con la que posteriormente elaborarían derivados lácteos.